miércoles, 5 de agosto de 2009

LAS HISTORIAS QUE QUIERO CONTAR. "Una historia muy personal", por Patricia Galarza


Voy a contarles algunos recuerdos que tengo de mi infancia, de la adolescencia, cosas que a veces uno cree que no recuerda, y de pronto, frente a un hecho puntual, se desencadenan del fondo de la memoria y aparecen de imprevisto.-

Liliana nació el 23 de junio de 1952. Era la segunda hija (la tercera, en realidad, la mayor murió a los pocos días de nacer) de Martín y Blanca. Era una bebé regordeta y sonriente, con los dientes separados y la cabeza llena de rulos.

En una foto, tendría alrededor de tres años, se la ve con un moño de cinta blanco tratando de sostener los rulos que se resistían. En otra foto esta con mi hermana mayor de la mano, abrigadas con unos tapados muy coquetos que seguramente habian confeccionado mi mamá y mi tía, chiquititas,de tres y un año, aproximadamente, paradas en la plaza del barrrio, frente al monumento. Hacia mucho frío, porque en el momento en que sacaron la foto, Liliana cambió el pie de lugar y quedó la marca en el suelo, como si fuera una marca en el hielo.

No sé a qué jugaba de chiquita con mi hermana mayor, o con el siguiente, que nació dos años después.
Sé , porque me contaron, que le gustaban mucho los cuentos. Mi mamá había comprado una colección de libros de cuentos para dosificarlos, contándoselos a la hora de irse a dormir, pero con mi hermana buscaron y revisaron cajones y roperos hasta encontrarlos. Cuando mi mamá se los quiso leer, ellas ya los sabían de memoria.

No sé como era en la escuela primaria, sólo tengo algunas fotos en blanco y negro, vestida con el uniforme del colegio de monjas. Y las libretas de calificaciones, que para mi envidia, siempre tenían diez en todo.

Sé que siempre fue romántica e imaginativa, llenaba cuadernos enteros con sus vivencias, sus historias, sus poemas y que la han sobrevivido, como reflejo de una vida espiritualmente plena, y un amor por las palabras que seguramente la hubieran llevado a ser una gran escritora.

Cuando nací yo, ella tenía 9 años y medio, pero claro, en el medio estaban los tres varones. La distancia de edad era enorme. La recuerdo peinándome maternalmente los rulos, con cuidado y charlando por sobre mi hombro con mi mamá, que siempre estaba por la cocina.

Cuando cumplí seis años tenía la obligación cotidiana turnándose con mi otra hermana de llevarme a la escuela,... y de traerme, aunque alguna vez me quedé en la escuela, hasta mucho despues de la hora de salida, mientras ellas volvían caminando con sus amigas y charlando, olvidadas por completo de la pequeñita que tenían que cuidar, hasta que mi tío salía a socorrerme y me llevaba de vuelta a casa .

La vida de las adolecentes siempre ha sido tan interesante....tenían siempre tanto para hablar. Ahora entiendo y no puedo culparlas.

No sé cuándo empezó a estudiar guitarra, pero la casa se llenó de ensayos diarios, seguramente luchando con las cuerdas y las notas, pero para mí que lo veía de afuera, parecía tan fácil... Iba a un profesor, creo que se llamaba Báez, que vivía cerca, y ella, con su disciplinada constancia, no faltaba a clase y siempre practicaba mucho. Solfeaba moviendo la mano mientras decía dooo-o oo-o, y trataba de que yo aprendiera... no hubo caso. La música y yo no nos llevamos muy bien.Yo prefería esconderme debajo de la mesa de luz a escucharla. Sentada en la cama con colcha anaranjada y almohadones, cantaba ..."remolinos, remolinos"... y después... "uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia"..el tiempo trajo ."Te recuerdo Amanda, la calle mojada " ... " que la tortilla se vuelva...".

Cantaba con la luz del sol del patio entrando por la ventana, pegándole en el perfil izquierdo, sacando destellos a su pelo oscuro.

En los veranos, me llevaba de la mano al club. Caminabamos por la vereda donde los arboles daban sombra en la siesta mendocina Ella siempre rodeada de una horda de amigas que íbamos recolectando por el camino.

Me acuerdo que en esa epoca, ella estaba perdidamente enamorada del hermano de una amiga, compañera de la escuela primaria, que vivía camino al club. Cuando pasábamos a buscarla, siempre entrabámos a su casa, y en algunas ocasiones él bajaba por la escalera, o aparecía de repente y ella se moría de amor. Los ojos le brillaban más que nunca. Pero claro, ella tenía 14 y él estaba haciendo la colimba y ya en la Facultad. Ni siquiera la miraba. Pero el ritual diario de pasar por su casa y entrar un momento, se repitió durante muchos tiempo.

Muchos años después me enteré que esa casa llena de luz, con ventanales que daban a un jardín, y que tenían unas hermosas cortinas blancas, también había sido blanco de las ráfagas de los milicos. De él, su amor adolescente, sólo supe que vive en España hace muchos años. De su hermana, la amiga de LIliana, la que me enseñó a flotar en la pileta y a meter la cabeza debajo del agua, nunca más supe nada.

Liliana tenía muchas habilidades, forraba con tela y pintaba cajas, hacia tarjetas, amasaba dados con miga de pan, lo que con los años se le convirtió en tic, y siempre después de comer había daditos minúsculos alrededor de su plato, armaba alhajeros con cáscaras de naranja que ponía a secar moldeados sobre frascos, y después armaba ramos de flores con tiritas de cáscara, y las pegaba en la tapa. Pintaba vírgenes, flores acuareladas, muchachos flacos de piernas largas. Aprendió a tejer macramé, y le hizo a mi mamá un monedero marrón, que ella usó con orgullo durante años.Escribía poemas. Leía. Siempre tenía tiempo para hacer un millón de cosas.

Me encantaba mirarla. Yo tenia la rara facultad de hacerme invisible, para no molestarla, asi tenía el privilegio de seguir mirando sin que me pidiera que me fuera.

Todo lo que hacia me parecia maravilloso y soñaba con parecerme a ellla. Era inteligente, estudiosa, una alumna brillante, habilidosa con las matemáticas, con la fisica, con la metafisica, la filosofia , los idiomas. Nada ni nadie parecía resistirse a su encanto y su dulzura, ni a su vasca tozudez.

Era una amiga chispeante siempre rodeada de multitudes. Estudiaba inglés y francés, cantaba zambas y chacareras, hasta que descubrió a Joan Baez, Serrat y Credence, y después la casa se llenó de discos de los Festivales Mundiales de la Canción de Protesta, de los cuales todavía recuerdo dos o tres canciones. Violeta Parra, Daniel Viglietti, Zitarrosa. Todos ellos enterrados en algun rincón del patio de la casa de mis tios... y nunca recuperados, a pesar de que mi tía y yo hicimos muchísimos pozos buscándolos. La verdad es que, como encargadas de guardar tesoros, fracasamos exitosamente.

Cerca de los 18, se dejó el cabello largo, y como los rulos se resistían a estirarse, cuando se lo lavaba, y después de enjuagarlo con vinagre, lo envolvía en una toalla, se sentaba de espaldas a la mesa de la cocina, y mi mamá, con infinita paciencia de madre, le envolvía el pelo oscuro entre diarios y lo planchaba, obviamente con la plancha de la ropa. Los artefactos para alisar todavía no existían.

Sus ojos eran almendrados, oscuros y profundos, enormes, de largas pestañas. Se los pintaba con sombra rosa y marron, y se pintaba las pestañas con rimmel marrón que venía en una cajita celeste, como una caja de fósforos. Todos tesoros maravillosos pero absolutamente vedados para mí.

Tenía un vestido camisero (chemisier se decía entonces) que usaba hasta el hartazgo, y cuando ganó un premio para ir a Bariloche a aprender a esquiar, se compró lo que sería eternamente para mí el símbolo del éxito y la elegancia : un anorak ( de los primeros que aparecían) reversible, blanco de un lado, y blanco con pequeñas flores rosadas y verdes del otro. Y unas zapatillas Adidas de cuero blanco, que usó siempre con jeans, que recién empezaban a ser moda, y que seguramente usó hasta mucho después de que se fue de Mendoza .. Tambien tenía una malla enteriza, azul, con flores azules y blancas.

Cocinaba tortas y alfajores. Cuando estaba inspirada me preparaba tarta de manzana, cortadas en rebanaditas y acomodadas en círculos sobre la masa, espolvoreadas con azúcar y canela. A veces lo hacía para halagarme, sabía que me encantaba robarme las manzanas... otras veces la preparaba para llevarla a una de sus habituales mateadas con sus amigos. A veces iba con ella , y yo me sentaba en un rincón a escuchar todo con absoluta fascinación.Cantaban, se reían, eran tan alegres...yo era la mascota, aunque ahora a la distancia, me doy cuenta de que yo debía ser bastante molesta, y que mi madre la obligaría a llevarme para despejar un poco la casa y obtener un rato de paz.

Despues se enamoró del hermano de otra amiga. Y por ese tiempo, creo, empezó a fumar. Cigarrillos negros, los famosos Particulares, que agarraba invariablemente entre el dedo medio y anular, de la mano izquierda, o que encajaba entre las cuerdas de la guitarra, a la altura del clavijero, mientras cantaba.

Alguna vez ganó un premio de poesía, con medalla dorada y entrevista en el diario, que fué otro motivo de orgullo familiar. Cuando terminó el secundario organizaron un baile en un hotel de la calle Las Heras. Recuerdo las tarjetas de invitación y los preparativos. Las idas y venidas de sus amigas, gente maravillosamente joven y que se reía a carcajadas. Colegio de monjas, puras mujeres invitando a cuanto hombre se les cruzaba.

Despues entró en la Tecnológica. Estudiaba Ingeniería, pero no le gustaba demasiado. Eran años turbulentos, politizados, ´71, 72´... y empezó a trabajar en la empresa estatal donde trabajó siempre mi papá; en esa época, los hijos ingresaban por méritos académicos, y mi papá pensaba que se jubilaría allí... Ya casi no estaba en casa, entre el trabajo, la facultad, los millones de amigos y probablemente la militancia incipiente, pasaba muchas horas fuera.

Tal vez detrás de un amor que estudiaba Antropología, tal vez en busca de la Arquitectura, quizás por su espíritu libre heredado de la tía Carmen, decidió irse a estudiar a La Plata. Se me mezclan la despedida en la estación de trenes, las lágrimas, la elecciones de Cámpora, el garage de la casa prestada mientras ampliábamos la nuestra, en donde dormíamos las tres, su cama vacía, tres cajones del placard con las cosas que dejó, y que en definitiva es lo único que rescatamos de sus muchos papeles y recuerdos, y la terrible tristeza de extrañarla mucho. Ella me hablaba, me arreglaba el pelo, me cantaba. Era una presencia constante y sonriente en mi vida. Casi marternal. Cuando se fue, sentí que no sólo perdía la conexión con un mundo fascinante: perdía gran parte del cariño, de las atenciones que tenía hasta ese momento, los abrazos y las conversaciones que aclaraban mis terribles dudas existenciales de los 11 años. De pronto, dejaron de abrazarme, de tocarme.

Cuando se fue yo empecé a escribir un diario, pero no tenía su constancia ni su destreza para poner en palabras lo que sentía.

. Era una fiesta acompañar a mi papá a la estación a buscarla, cada vez que viajaba. No se cuántas veces vino de viaje a vernos. Sé que vino después que operaron a mi mamá; sé que no vino para el bautismo de nuestra primera sobrina, de la que iba a ser madrina, y terminé amadrinando yo, con 13 años. Sé que cuando venía, mi mamá brillaba de emoción, creo que la extrañaba igual que yo, o más, pero nunca supimos o pudimos hablarlo. Liliana era el puente que me comunicaba con los demás. Hablaba a través de ella. Ella me decodificaba

Una vez, un invierno, mi papá decidió ir a verla, y, de paso, visitar a sus hermanos. Rogué, supliqué y pataleé hasta que convencí a mi mamá que me dejara ir. Y allá fuimos. Sé que la vi sólo un par de veces, que me asomé a su departamento de estudiante, que compartía con una amiga, desordenado, con la guitarra, los discos... y sé que ya no estaba la conexión que teníamos antes. Ella había crecido, su universo estaba ampliado, sus intereses seguían multiplicándose por docenas. Recuerdo haber llorado mucho, con la cabeza escondida en la almohada de la cama de mi tía, en la quinta rodeada de naranjos y mandarinos.

Guardé mucho tiempo una carta que me mandó para un cumpleaños, como un tesoro, releída hasta dejar el papel gastado. Después tuve que entregársela a mi mamá para alimentar el fuego donde quemamos libros, cartas, papeles... y se convirtió en una ceniza rectangular apenas marcada, que se deshizo cuando la toqué, llevándose para siempre las únicas palabras de su amor que tenía escritas para mí.

A finales del año del golpe, nos escribió diciendo que estaba embarazada, que se había casado, aunque sabíamos que no era posible, pero fue un detalle generoso para que mi mamá no sufriera. Poco tiempo después la secuestraron en la calle, en noviembre o diciembre. Tenia 24 años, una vida maravillosa por delante... y una vida gestándose en su vientre

Fue la Navidad más triste que recuerdo. Mi mamá pasó la noche con los ojos llenos de lágrimas y saltando ante cada llamado telefónico. Pasaron muchos meses sin noticias . Mi papá viajo a La Plata, pero no pudo averiguar nada. Su departamento estaba vacío. Sus amigos ya no estaban. Nadie sabía, nadie decía nada. Eran tiempos oscuros.

Nunca recuperamos su guitarra.

Nuestra casa se fue quedando lentamente en silencio con el correr de las semanas, de los meses. La prohibición de hablar, el miedo de mi madre por nosotros, el terror a las requisas, el mandato de silencio absoluto. Las invariablaes palabras de despedida:"¿llevás pañuelo? ¿llevás el documento?, no hablés , no comentés, no vengas tarde..."

A los siete u ocho meses, en julio, Liliana llamó por telefono, desde la Brigada de Investigaciones donde estaba detenida. Recuerdo llegar a medio día de la escuela y a mi mamá, con una sonrisa enorme, ella que hacía meses que no sonreía, preguntándome "¿a que no sabés quién llamó?".

Había tenido a su hija en abril. Y estaba aparentemente bien. Nos escribió cartas contándonos cosas de su "pollito", como le decía a la nena. Había nacido con un diente, era pelirroja... y decía que podían visitarla allí. Cuando mis padres regresaron de verla, mi madre ya no volvió a ser la misma. Después de hablar con ella, de escuchar de tabiques , torturas, picanas, encierro, simulacros, se apoderó de ella la tristeza, el dolor y la desesperación la fueron convirtiendo en un ser silencioso, envejecido, el cáncer haciendo estragos libremente, porque ella no tenía fuerzas para pelear.

Los domingos la llamábamos por teléfono, pero como éramos tantos, rara vez me tocaba hablar con ella. Ademas mi mamá tenía terror de que dijéramos algo inconveniente. Le escuchaban todas las conversaciones. Ella nos escribía, con su letra inclinada a la derecha, prolijísima, aunque un poco afilada, nos contaba de su vida en cautiverio, como si estuviera de vacaciones. Aunque mi madre sabía, y yo percibía, que no la pasaba bien. Tenía mucho miedo siempre. No era la luminosa persona que se fue de aquí.

Al tiempo llamó para decir que iban a entregarle la nena a mis padres para que ella pudiera salir del país. Fueron días frenéticos de preparativos de valijas para ella, de compras de ropa, mi mamá y mi tía le cosieron una falda tableada, sin azules en el cuadrillé, sólo verdes y marrones, a su pedido; maquillaje, rubor en barra color.... corpiño reductor marca.... salieron a conseguir dólares, cuando era rarísimo escuchar hablar de dólares, y carísimo conseguirlos, para que pudiera vivir hasta que consiguiera un trabajo.


Cuando trajeron a la nena, desnudita porque hacía mucho calor, un brillante solcito asustado, con los rulos rojizos alborotados, y los ojos llenos de terror ante toda esa familia desconocida, me enamoré completamente de su indefensión, de su tristeza por la separación de todo lo conocido, entendí que había perdido lo mismo que yo había perdido años atrás, cuando Liliana se fue: su risa, su energía, su amor. Liliana también decodificaba el mundo para ella.

Me rompió el corazón abrazarla. Mi corazón ya nunca dejó de sangrar por el dolor que me provocó su mirada asustada. Hoy sangra por no haber aprendido a tender puentes más firmes, más seguros, más acompañados.

Liliana desapareció definitivamente en Diciembre de ese año. La esperamos. Preguntamos. Buscamos. Nadie sabía nada de ella. Después nos enteraríamos que había 30.000 desaparecidos. Nos enteraríamos de todo el horror.

Por suerte mi madre ya no estaba, nunca se enteró de todo lo que nos enteramos después, con los testimonios de la Conadep..

Aunque ella, en su corazón de madre, sabía. Aunque Liliana , esa tarde de invierno en el patio de la Brigada, algo le contó. Pero murió con una ilusion , pequeña, sostenedora, de que estaba viva. Que no podía venir, que no la dejaban llamar. Pero viva. Ya habian pasado dos años sin noticias.

Todavía no se encuentra su cuerpo. No sabemos si está en un cementerio como NN, si la enterraron en el campo, si la arrojaron de un avión.


Hoy condenaron a Etchecolatz, Jefe de la Brigada de Investigaciones de la Policía de La plata.

Justicia que demora no es Justicia. No nos devuelve la vida que nos robó. No nos dice qué fue de ella. No repara el dolor. Pero que se acaben 30 años de impunidad, es un comienzo.

Etchecolatz se escudó COBARDEMENTE en un chaleco antibalas, tratando de dar lástima con su imagen de hombrecito anciano enfermo y pobre, aún sabiendo que nunca los familiares hicimos justicia por mano propia. Siempre esperamos la condena. Siempre luchamos por la Justicia. Siempre en estado de derecho. Ese derecho que el y sus pares no respetaron , convirtiéndose en alimañas, en basura, pero que al sentirse poderosos y respaldados, se creían dueños y señores de la vida.

Hoy, treinta años después, llegó. Y aunque a él, y a los otros asesinos se les permitió la defensa, se les permitió hablar, se les dió la posibilidad del arrepentimiento, de optar por un acto decente, diciendo qué hicieron con nuestro muertos, prefirieron seguir reivindicando el asesinato, el robo, la tortura, el secuestro, la desaparición de niños, el robo de identidad, escudándose en una guerra que sólo existió en sus pobres excusas, para justificar su miseria.

Liliana (y los 30.000) "desaparecieron" sin tener siquiera derecho a estar muertos. La crueldad de la desaparición, de la ausencia, es infinitamente peor. Es macabra. Es un duelo eterno y doloroso.

Por eso hoy, 30 años después, con un veredicto que ya ningún otro presidente cobarde o acomodaticio podrá revertir por ley ni por decreto, se lo declaró CULPABLE , reconociendo que los reclamos por la APARICIÓN DE LOS 30.000 DESAPARECIDOS no eran desvaríos de "las locas de la plaza", que no eran inventos de los "subversivos" , porque reconocieron que fue GENOCIDIO lo que hicieron en esa oscura época los asesinos que ensangrentaron las calles del país.

Entre todas las cosas que no sé, no sé si Liliana hubiera sido una buena profesional, o una dirigente capacitada y honesta, o una madre modelo y una ama de casa creativa y feliz, pero si sé, y lo aprendi con mucho dolor, que yo perdí parte de mi alma adolescente y toda la fe, que mi madre perdió la alegría y el deseo de vivir, que mi padre perdió la fortaleza, que mis hermanos perdieron palabras y caminos para expresarse en el dolor.

Se que mi sobrina perdió infinitamente mucho más que nosotros, a ella, como al país , le arrancaron la inocencia.

Pero sé y ésto si lo sé, que en su doloroso proceso individual, en su búsqueda de respuestas y de justicia, pudo reencontrarse en el fondo de sí, lo mejor que le dejó su madre como legado, y que las bestias asesinas no tendrán jamás. HUMANIDAD.

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