domingo, 7 de febrero de 2010

El juguete rabioso


Al general Efraín Fuentes del Pilar le encantaban los juguetes, principalmente los de cuerda. Y si eran réplicas de artefactos de guerra mucho mejor aún.

Era su hobby de toda la vida Incluso estando bajo la estricta rigidez de la Escuela de Guerra se dedicaba a coleccionarlos.

Ese gusto lo heredó en parte de su padre que era un experto relojero. Uno de los mejores de Buenos Aires decían. Efraín perdió a su padre cuando era muy chico al estallarle una bomba casera que llevaba para vengarse de uno de los militares que dirigieron la matanza de la Semana Trágica en la década del ’20.

Jamás entendió a su papá, ni lo intentó casi. Anarquista y encima pone bombas.

Igual su madre, que tenía un gran sentido del humor, le decía para hacerlo rabiar que había heredado ese gusto por los elementos de precisión de su padre ácrata.

Por supuesto que su formación militar lo hacía despreciar todas las ideas que pudiesen poner en peligro la sociedad que él había jurado defender.

Ahora el general vivía en Palermo, sobre Bompland a tres cuadras de Santa Fe.

Después de cuarenta años de servicio se compró una casa a su gusto y cerca de la de sus nietos. En el lugar tenía una habitación en el fondo donde iba guardando todos los juguetes que tenía en grandes estanterías que llegaban hasta el techo, en las tres paredes que no tenían puerta ni ventana.

Ahí se encerraba a disfrutar de su hobby, y a reparar alguno de sus chiches cuando se descomponía o rompía.

También se “atrincheraba”, como le gustaba decir, para recibir a los juguetes nuevos que venían en paquetes de todo tipo y tamaño, mandados por otros hobbystas de juguetes de guerra como regalo, o para arreglarlos. Lo cual el retribuía siempre de la misma manera.

Esta diversión, o vicio como salían coincidir con su esposa, era la única que tenía desde los cinco años de edad.

El coleccionaba juguetes, otros militares de su promoción lo hacían con medallas, soldaditos de plomo, uniformes de diferentes épocas, etc.

De todos los juguetes de guerra los que más le gustaban eran los de cuerda, como lo informó en un reportaje que el hicieron en el programa de cable más importante dedicado a los hobbys. Lo entrevistaron por ser uno de los mejores en cuanto a miniaturas a cuerda, y por su gran colección. Una de las más completas del país.

Le gustaban las réplicas de tanques de guerra tanto de principios de siglo como actuales. Nazis o aliados, los de Rommell, Montgomery, de la guerra del Golfo, de Malvinas. Todos les daba casi lo mismo, siempre que no fueran rusos.

Por cada promoción que recibía en su carrera, su mujer, antes su primer y única novia, y sus mejores amigos le regalaban algún juguete a cuerda y siempre, lo primero que hacía, era llevarlo a su cuarto privado, y con llaves, para que no lo molestaran sus nietos o los hijos de la sirvienta.

Entonces sí, a solas, luego de toda una ceremonia perfeccionada con el tiempo, probaba como funcionaban.

De más está decir que este hobby lo mantuvo oculto, salvo entre sus íntimos, por muchos años, ya que le daba vergüenza darlo a conocer. Recién a partir de 1976, cuando lo ascendieron a mayor, y pudo tener muchos hombres bajo su mando, que por temor no podían burlarse, empezó a manifestarlo.

Así, cuando las fuerzas del orden hacían algún operativo en alguna casa para llevar a los subversivos apátridas al campo de concentración al que lo habían asignado, el solo exigía que le llevaran los juguetes de los hijos de éstos (porque encima a esos hijos de puta les encantaba tener hijos para hacerlos guerrilleros desde pendejos).

Los demás oficiales, en cambio, preferían televisores, equipos de música, escrituras o boletos de compra-venta, o directamente efectivo.

A veces bromeaba con sus pares militares de cuando se enteró que una de las mujeres que habían traído al campo de detención era hija del dueño de una de las jugueterías más grandes de Buenos Aires.

Para permitirle hablar con “la nena” le exigía al empresario algún juguete importado, muy caro, y si era a cuerda mejor. La broma consistía en que el día que la fusilaron le había llegado el último “pedido” hecho al padre.

Consistía el pedido de un juguete que simulaba un ataúd en miniatura con un mecanismo de relojería, importado desde Florida en Estados Unidos, el cual funcionaba levantándose la tapa del mismo y quedando a la vista un muñeco igual al Che Guevara, mientras se escuchaba un réquiem.

En 1983, tras estar al frente de varios centros de detención y siendo ya teniente coronel, se había hecho, por diferentes métodos, de una importante cantidad de juguetes a cuerda. Así fue agrandando su colección privada, hasta transformarla en una de las más grandes y visitadas de la Argentina.

Varios ex detenidos en el informe dado a la CoNaDep en 1983 y 1984, declararon que habían tenido que soportar a un oficial de alto rango, que se hacías llamar “Neurus” por tener un gran parecido con el dibujo animado en el que el personaje central era Hijitus.

El informe decía que mientras eran torturados o interrogados o simplemente esperaban, Neurus jugaba cuando no estaba torturando a los prisioneros o mientras descansaba y otro seguía,, con un juguete del tamaño de un zapato de adulto, que era una réplica de un tanque de la Segunda Guerra Mundial.

Era a cuerda y lo hacía ir de pared a pared aplastando figuras de miga de pan, que hacía construir a los propios prisioneros, a quienes obligaba a ver esto y luego rociaba en alcohol y les prendía fuego. Después de esto les gritaba a los prisioneros que si no colaboraban eso les pasaría a ellos.

Esa casi manía por los juguetitos a cuerda y de guerra, y que casi toda su promoción ya conocía, hizo que lo bautizaran también “el Loco” ó “el Nene”.

A fines de 1984, siendo ya general, solicitó su retiro de la fuerza asqueado porque tanto el gobierno como sus superiores no defendían a la institución castrense como el consideraba necesario ante el ataque que recibían de parte del periodismo, de los organismos humanos y de la gente en general.

Librado de su faena como militar pudo dedicarse de lleno a su segunda pasión: los juguetes de guerra.

Con una abultada jubilación y con sus hijos ya grandes, puso todos sus ímpetus y esfuerzos en difundir su tan preciado hobby.

Creó el Primer Club de Amigos de los Juguetes de Guerra, e incluso empezó a construirse los suyos propios.

Su fama fue creciendo y en la parte de adelante de su casa abrió un pequeño local, donde era el garaje, el cual empezó a funcionar como sede del Club.

La mayoría de los socios eran militares, retirados o en actividad. La popularidad del general fue creciendo en el ambiente de los juguetes e incluso llegó a aparecer, con una foto suya junto a su gran colección, en varias revistas especializadas,

Por supuesto que en los artículos solía aparecer la dirección en la cual funcionaba el Club.

De ésta forma la vida del ex general transcurría placidamente y se preparaba para una vejez tranquila después que los diferentes gobiernos democráticos les fueron entregando el perdón por lo que hicieron mientras fueron quienes tenían el poder. Radicales y peronistas votaron las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y por último el Indulto.

De este modo fueron pasando los años hasta que una sombreada mañana de octubre recibió por correo un paquete no muy grande, lo cual era muy habitual, que por el tamaño supuso era un regalo de algunos de sus amigos del club. Esos obsequios se los solían mandar mutuamente.

Se fue a su habitación del fondo a realizar la misma ceremonia que había hecho cientos de veces durante muchos años.

El paquete estaba dirigido a él con rango militar, nombre y apellido. O sea que nadie podría abrirlo por error.

Se sentó en la silla de su escritorio de roble, cortó el cordel y desarmó el envoltorio. Así pudo ver una caja de cartón duro, como de zapatos.

Levantó la tapa presuroso.

La ansiedad lo carcomía. Ante su sorpresa apareció ante sus ojos casi un regalo del cielo. Una réplica exacta de un Panzer B117.

Era el tanque preferido del mariscal Rommell, el Zorro del Desierto.

El tanque real tenía una autonomía de desplazamiento de más de trescientos kilómetros, un cañón de 113 mm, nido de ametralladoras, capacidad para seis tripulantes.

Con los colores originales. Una verdadera e increíble belleza.

Ya con esto estaba lleno, como le gustaba decir, pero la sorpresa fue aún mayor al encontrar una mancuerna.

¡Era un tanque de guerra en miniatura, y encima a cuerda!

De los que casi ya no se hacían. Una exquisita joya.

Hizo girar la mancuerna delicadamente hasta el tope. Muy suave.

Lo colocó en el piso con la delicadeza que solo sabía mostrar con sus juguetes.

Se distendió. Respiró profundo y se aflojo para disfrutar mejor de su nuevo chiche.

Hizo cricar los huesos de su duro cuello. Sentado en su sillón y con la mano derecha sosteniendo el tanque se decidió a soltarlo delicadamente para ver como funcionaba cuando vio que bajo la torreta del tanque sobresalía una tarjeta. Se sonrió pensando quien se lo habría mandado, un admirador, un camarada de armas. Tomó la tarjeta y solo decía: “Con la muerte no se juega”.

No le prestó atención, estaba emocionadísimo. Puso el tanque en el piso y ni bien echó a andar una explosión hizo volar toda la habitación por los aires

1 comentario:

  1. Sencillamente un cuento extraordinario, que no se apura, y cuenta manteniendo la tensión.
    Y me hizo pensar que es un gran cuento, justamente porque las víctimas, no hicieron uso de la venganza. Lentamente, sin pausa, fueron a buscar justicia, ganando así la batalla política, y hoy, salvo dos tarados, nadie discute el horror.
    Gracias por el texto!

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