miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ajedrez

AJEDREZ



Todo estaba preparado para empezar la partida. Era un hermoso juego de ajedrez.

Todas las piezas son de madera y finamente trabajadas. Están barnizadas y hacen pie sobre un tablero de madera también, muy bonito.

Pero los jugadores decidieron dejar el juego para otra oportunidad. Y pasó lo que tantas veces.

Cuando los trebejos estaban en su lugar y nadie los movía, éstos empezaban la guerra por su cuenta.

Mandados por sus reyes respectivos, que nunca pueden dejar de querer conquistar el territorio de su rey rival.

Sin que nadie los viera, claro, empieza la contienda.

Los peones blancos delante protegiendo a su rey y enfrente de ellos los peones negros, los cabecitas como les decía el rey blanco a sus peones que los llamaran, que cuidaban a su rey negro.

Avanza el peón blanco de la reina de los blancos, por orden del rey, y el peón negro de la reina negra se le pone enfrente.

Se mueve la caballería blanca del ala del rey y el peón negro del negro rey responde apoyando a su tan negro como el camarada de armas.

Y así se desarrollaba el juego, como tantisimas veces, hasta que los peones más avanzados empiezan a morir.

Por ambos bandos, por supuesto.

En el interregno entre el comienzo de los movimientos y las primeras muertes es que reapareció ese pensamiento de algunos de los peones sobre que este tipo de guerra era una locura.

Siempre su rey los manda al frente. Al sacrificio.

Para salvarse él.

Son tantos los peones al menos como toda la corte y no pueden decidir nada. Van casi siempre a una muerte segura.

Nunca pueden desdecirse. Volver sobre sus pasos. No tienen derecho a equivocarse.

Y si tienen la “suerte” de no morir y llegar al final de las líneas enemigas obligatoriamente tienen que ser sacrificados, en el altar del rey enemigo, a cambio de otro miembro de la corte. ¡ Como si con los que hay no alcanzara y sobrara! “La corte real debe seguir viviendo. A cualquier costo”

Levantando la voz tantas veces silenciada un peón dijo

-Nos hicieron más bajos que ellos a propósito. Para poder intimidarnos desde la altura con que nos miran, despectivamente, los de la Corte.

¡Somos más parecidos al peón de enfrente, a pesar del color, que a cualquier pieza “mayor” de nuestro propio reino!

Los peones estaban hablando agitadamente entre ellos en el frente cuando vino una jugada que desató la bronca.

El rey blanco, que se creía muy inteligente, ordenó un sacrificio de dos de sus peones para conseguir una torre negra.

Los locos bajitos, los reyes los trataban como niños, se negaron.

El rey blanco no lo podía creer y su reina menos. Y cuando se enteraron el rey negro y su negra consorte creyeron que lo que oían era “carne podrida” filtrada por los servicios secretos blancos para confundirlos. .

Los peones negros, lejos de la aparente tranquilidad de los palacios, se solidarizaron con los peones blancos.

Ante la amenaza Real de desalojar por medio de la caballería el tablero si no obedecían órdenes peones blancos y negros dejaron salir toda la bronca acumulada. Sin pensarlo más se dieron vuelta y empezaron avanzar contra “sus” reyes.

El primer movimiento les costo muchísimo. Estaban convencidos que no podían moverse hacia atrás. Desde chicos fueron educados así. Solo podían ir hacia adelante. A una muerte segura.

Su Dios así lo había decidido.

Pero se mezclaron espontáneamente casi, y empezaron la marcha hacia las cortes.

Ambos reyes, todavía atónitos, se enrocaron para protegerse pero no había peones que los cubrieran y muriesen por ellos.

La caballería blanca los enfrento y fue derrotada por los peones blancos y negros, que ahora se llamaban así mismos peones a secas. Sin color.

Una torre se rindió y el alfil de la reina se pasó del lado de los peones.

Del lado del reino negro pasó casi lo mismo. Sólo que los caballos en vez de huir, se pasaron al lado de los rebeldes.

El avance era implacable.

Lo que quedaba de la corte, a ambos lados, intentaron resistir pero fueron aniquilados.

Todo el tablero quedó en manos de los peones y de sus pocos aliados. Los que no murieron de los leales a los reyes fueron tomados prisioneros.

Se reunieron victoriosos en una asamblea en medio del tablero, que había sido expropiado por ellos, y decidieron empezar un plan de lucha exigiendo un mundo con nuevas reglas.

Ya habían demostrado que defender a su rey no era lo que querían, ni menos que les servía para algo. Hicieron u juicio popular contra sus antiguos amos para decidir su destino.

Votaron hacer un piquete como medida de protesta, y para llamar la atención de las piezas de otros juegos que aún tenían trabajo aunque con reglas hechas por otros. Les pedían su solidaridad y los invitaban a hacer un mundo distinto.

Un mundo con reglas dictadas por ellos, que eran los que producían. Sin ellos no habrá juego posible. Aunque ya no era un juego.

Y como todo buen piquete debía tener una buena hoguera. Ante la falta de neumáticos usaron lo único combustible que tenían a mano. La madera de alcurnia, y que no era azul en su interior como les hicieron creer, con que estaban construidos sus reyes y reinas.

Así continuaron su protesta que ahora se hizo pública, con hoguera incluida, en medio de su tierra liberada.

Con dos peones, uno blanco y uno negro, levantando una pancarta hecha por ellos mismos en medio de la tierra que ahora era comunal y que decía, simplemente: “Jaque Mate”.

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